Alas de pie de loto

La primera vez que escuché sobre los pies de loto me quedé en la fantasía de las niñas princesas chinas. De las niñas de clase alta con vestidos de seda y caminar corto. Sonrisa pequeña. Elegancia y pausa. Pensaba que a mi abuela le encantarían esas niñas. Tan sigilosas, tan bien portadas. Y a mí me encantaban ellas, tan lindas, tan ricas, tan muñequitas. Yo era pequeña, fue lo que mi madre me dijo, y me explicó que lo que no sabía es el dolor que les causaba a estas muñequitas princesas chinas tener el pie tan pequeño. Me lo dijo mientras me hacía masaje en los dedos de mis pies tras haber pasado yo un día entero con una talla más pequeña que la mía. Yo quería ser una princesa sigilosa. Me dijo, mientras negaba con la cabeza, que era algo que se hacía cuando las niñas era muy pequeñas, que dolía muchísimo, que les rompían los dedos de los pies, entonces apretaba mis dedos entre haciéndome un poco de cosquillas y un poco de daño, que era una práctica de belleza banal, de diferencia de clases y que me dejase, básicamente, de tonterías.
La imagen de las muñequitas de sonrisa pequeña no se me iba de la cabeza. Cuando estaba cerca de mi abuela jugaba a caminar corto y lento.
Con el tiempo empecé a identificar las muñecas de alma de pies de loto que pasaban cerca de mí. Siempre me provocaron la misma fascinación lejana. Las mujeres que se ríen con carcajada pequeña, las mujeres que se enojan con paso corto. Las mujeres que no alzan la voz en una conversación ruidosa. Las mujeres que entienden y saben esperar su turno, que entienden las prioridades, que siempre conservan la calma, que van sigilosas por su vida doméstica, siendo una llama de vela encendida lo suficientemente al estilo pie de loto, para no generar demasiada luz, no vayan a crear un incendio.
Ríe más bajo, no exhibas tu belleza, pon límites, no ganes demasiado dinero, no llames mucho la atención, no destaques, no te quedes atrás, no te encierres en libros, no salgas demasiado, por favor ve vendando tu espíritu, domesticando tus alas, serenando tu fuego porque incomodas.
No tenemos vendajes en los pies que podamos liberar unas tres veces por semana, hacer masaje, poner aceites esenciales, hierbas medicinales, sol y césped. No tenemos vendajes que podamos aflojar de vez en cuando, no tenemos una mirada única a la que podamos cargar nuestra fuerza en el recuerdo mientras ataban y apretaban, cerraban con fuerza los vendajes de nuestras alas. No vueles demasiado cerca del sol, hija, no vayan a derretirse tus alas. Mis alas no son de cera. Mis alas no son de metal, no pesan, son ágiles y ligeras, y cuando las libero y las masajeo y les pido perdón, y me perdono, entonces mis alas se alzan en vuelo. No habrá sol que las queme ni viento que las detenga, mis alas, cada día más expandidas harán puente con los aires y el sol sacará en ellas destellos.
Seré una con la naturaleza de fuera y con mi naturaleza de dentro, reiré a carcajadas y sabré que en mi vuelo, estaré recordando a todas las alas atadas, que ellas también pueden desprenderse de las ataduras y liberarse en el aire, siendo quienes han venido a ser.

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La antagonista