La antagonista

Ella es su verdugo.

Su grito, su amenaza, su mirada despreciativa. Ella es el punto de balance entre la sonrisa exterior y la amenaza interior. Ella es su golpeadora, su indiferencia. Su castigo, su madrastra, su enemiga.  Ella es su asma, su lástima, su agotamiento. Ella es el abrazo que no llega, el pellizco, la manoseada, la que la viola.  Ella es el pozo, sus tinieblas, la tormenta, la guerra, la hambruna, la influenza y la peste negra.
Ella es su no puedo, no llego, no alcanza, no es suficiente, está mal, no es lo correcto. Se puede mejorar, no das para tanto, de dónde saliste, quién te crees que eres.
Ella es su revés, su tropiezo, su trampa.

Ella es la antagonista en un cuento unipersonal.


A la hora de comer apaga su móvil para tener un momento para ella misma.
Se va a modo avión, desconexión, no molestar.
Se pregunta si ella misma tiene en ese botón dentro de ella. No molestar. Ocupado. Cerrado por derribo.  No lo tiene. Tampoco tiene una imagen que diga En Construcción. Si la tuviera entendería porqué ama Madrid, tiene más procesos internos que su ciudad dentro de la M30.
Apaga el móvil y pone un capítulo de Netflix. Descansa la cabeza. Conecta hacia dentro. Apaga sus interruptores emocionales. Chupa series como chuparía el chupete siendo bebé. A sus hijos no le daría chupetes, ha leído sobre la estimulación temprana, sobre la crianza slow, sobre amamantar, la crianza con apego, los límites, las consecuencias, la sillita de pensar, los castigos, el llorar hasta caer dormido, el pegar, el gritar. Tiene una libreta en la cabeza donde colecciona datos, información y se hace promesas internas. Esto será el comienzo de su caída. Esta caída empezó, si se pusiera a pensar con detenimiento, la primera vez que se prometió ser mejor madre que la madre de sus hermanos; la primera vez que tomó nota mental de lo que repetiría de lo que hizo su abuela, lo que no haría que la madre de una amiga hacía y en su lista for ever interminable fueron creciendo los que sí y los que no. Nunca pondría lo cuernos ni los perdonaría. Nunca se quedaría embarazada sin haberlo decidido. Su libreta del control que empezó antes de cumplir los 13 años. Pequeñas bombas de tiempo escritas sin pluma, en la sangre emocional que va tatuando el alma. Promesas, pactos, semillas de insuficiencias cultivadas día a día en la inconsciencia de ser super poderosa a la vez que poca cosa. Un capítulo que seguro la hace pensar en alguna frase inspiracional para su Instagram que cada día sigue alimentando por inercia aunque no sin cuestionárselo. Se lo cuestiona todo. Por un tiempo pensó que todo el mundo era igual. Como los padres de los bebés que lloran toda la noche y consideran un mito aquél que duerme 8 horas a la semana de nacido. Ella igual. Ella sigue llorando toda la noche, aunque perfeccionó el juego de hacer creer al otro que dormía del tirón. La buena niña. La niña buena. La maldad se la guarda para ella. Hacia dentro. Alguna vez lo dijo, parece ser que a su padre. Soy mala, papá; yo también soy mala. Él sonrió enternecido  como quien le da la daga del mátate sin que yo lo sepa. Eres tan buena.  Ella tan buena, tan linda, tan educada, tan respetuosa; y la agresión siempre por dentro, hacia dentro; calladita te ves más bonita y los insultos, los golpes, el envenenamiento se hace, como los trapos sucios, cuando estás sola en casa. En el perfeccionamiento de su estilo ella ya sabe hacerlo todo el rato, en cualquier sitio. Pellizcos emocionales que van dejando el alma como una mantita apolillada. Sin forma, degradada, corroída, rota, pero que aún puede abrigar al ojo distraído. Así va ella, capítulo a capítulo.  Sigue siendo tan buena.  Hay quien reconoce en su mirada esa maldad abusona que ella vive cada día. Y la desafían. Buscan sacar esa maldad, pero hasta en eso es celosa. Se la guarda, se guarda los castigos, las palabras, las instrucciones. Aprende constantemente nuevas maneras de hacerse daño. Como quien lee un libro de desarrollo personal para implementarlo a la manera inversa, pero qué bien se sabe el dialogo hacia afuera: ámate. Cuida de ti. Primero toma tú oxígeno. Y oye sus palabras y a veces se siente hipócrita, y aveces, cuando quiere salir del pantano donde está apresada por las algas malolientes de años de crecer entre sus piernas, se dice así misma, si tan solo tuviera una como yo que me ayude a cortar estas plantas trepadoras y liberarme. Pero entonces vuelve al cuestionamiento, padre nuestro de cada día: y si me liberara quién soy.
Entonces apaga el capítulo y enciende su teléfono.
Volver al ruido exterior. Donde otros van definiendo quién es, hacía donde va, y en la inercia del río de la rutina, se salva durante un rato. Porque prefiere estar en el nado constante del afuera, que sentirse hundir en el fangal de sus adentros.

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