Hinojo
Dicen que buscamos lo dulce por el sabor de la leche materna. Dicen, también, que por ser nuestro primer alimento, nuestro ciclo vital primario, será, a lo largo de nuestra vida, nuestra relación con la comida la relación con nuestro amor a la vida. Dicen, a veces escucho, a veces no. Pero el Hinojo no dice ni declara. Simplemente está, proponiendo en su ser esencial, ser vínculo, amarre de unión entre el instinto primario de vida y nosotros. Por eso el hinojo nos ayuda con la producción de leche, con la fertilidad, según decían en la antigüedad, así como en nuestra relación más profunda con al comida. En aquella relación que nos dice basta de vida, no quiero comer, no quiero nutrirme, no quiero energía, no quiero nada. O aquella otra que dice, vorazmente, quiero más, no tengo límite, ni saciedad y luego, arrepentidos, llenos de gases, de cólicos, de dolores estomacales lloramos la gota de los gases contenidos, del Yo desprotegido, que no se quiere, no se cuida, no se ve.
Por eso el hinojo se ha vuelto la gota de Narciso, es ese ínfimo espacio donde en un vaso con agua podemos vernos, donde en su aroma dulce podemos encontrar un espacio de mimo, de arrullo o el grito frenético.
Será por eso que es un gran compañero del Citrus Bliss, porque bien dicen que la alegría empieza en el estómago. Pero lo que no dicen es que también termina en el estómago, y está la ira que nos ruge y retuerce dentro. La falta de ganas que nos cierra y nos priva de alimento y el corazón cansado, triste, se queda inapetente, mirando, sintiendo, escondido en la esquina del silencio y la apatía: unas gotas de estas alegres semillas trituradas nos darán un fresco y dulzón sabor de boca que poco a poco irá despertando las ganas a la vida, al alimento fundamental.
Un poco de sol, unas gotas de hinojo, un libro, una mano, una caricia. Una puesta de sol en el recuerdo.
Y poco a poco ir volviendo a nuestro cuerpo, escuchar nuestros límites y nuestras necesidades, recordar lo que es tener sueño, sed, hambre, descontento. Aceptar el momento, parar, seguir, pedir, detener.
El hinojo re conecta con esa cría recién llegada al mundo, con ese calostro de vida que succionamos rápido y que nos llegaba lento, que pedíamos a gritos y nunca llegaba a tiempo. El hinojo detiene el momento. Nos calibra dentro, muy dentro, un instante de silencio: escuchar y reconocer nuestro cuerpo, nuestra cintura exacta, ni más grande ni más delgada, perfecta. Ombligo: estrella del universo. Fuente de vida. Conexión hacía afuera, hacia dentro. Y cicatriza no la cicatriz visible de la fuenta que no termina, sino la otra, la que se corta para soltarnos a la existencia de una supervivencia finita, sola, y de a ratos, liquido amor que nos vuelve a mamá: a su olor, a su abrazo, a sabor dulzón.
El hinojo, calostro de semilla, tan sencilla, tan simple, como ese primer alimento de vida.
Nos ayuda, como aquella misma leche primaria, a sentir el corazón contento, el estómago perfecto, y así como ayuda a bajar de peso o subir de peso porque nos conecta con nuestros instintos básicos dejándonos escuchar lo que realmente necesitamos, o a limpiar el cuerpo, ayuda, también, a los padres primerizos (que los somos todos, toda la vida) a sentir que tenemos una oportunidad de dar un dulce consuelo, un caramelo, un mimo, un beso de dulces sueños de la mano de este aceite, que de tan sencillo, es casi perfecto.