Kumquat

El Aceite de la Inocencia

Así se oían los regaños de mis padres y así olían los abrazos de mi abuela.

A verano, a campamento, a golosina sin fin. A carcajada. A agua. A risas.  A calor y a la cocina de mamá. Casi a Navidad (es lo que tiene haber nacido del otro lado del hemisferio). A Hogar. A contención. A carrera en pasto mojado. A flores a un lado del camino.  A alegría.

Y nada mejor que esa alegría genuina como la de la infancia misma para ayudarnos a tener fuerte nuestro sistema inmunológico. Nuestra casa limpia, nuestro hogar y nuestro cuerpo. Nuestra piel radiante y rejuvenecida.

Para mí el Kumquat será ya siempre el Aceite de la Luz, el rayito de sol abrazado, el aceite de la libertad emocional ganada a través del regreso a la infancia, a esos  momentos de ligereza absoluta donde la luz de un nuevo día era despertar al juego. De la inocencia absoluta.
Este aceite utilizado en el difusor durante el día nos lleva a ese sitio de relajación mental y energía feliz.  Donde las cosas se hacen desde un motor interior que no pesa, que no arrastra, sino que nos hace avanzar suavemente, como bailando, como si camináramos el día en banda eléctricas donde el esfuerzo se mínima y los resultados se maximizan.
Cuando necesites darles a tus ideas ese toque de frescura simple y llana, verdadera y brillante, ponte unas gotas de este aceite esencial en la sien, en las muñecas, en la frente y date unos minutos para que le permitas entrar en ti.  Transportándote o no a recuerdos donde facilidad era el término general o simplemente dejándote llevar a ese espacio casi acuático donde el peso mismo del cuerpo deja de ser obstáculo y déjate descansar ahí: en la calma dichosa del no deber nada, no esperar más, sólo estar en este aquí y en este ahora, ni más allá, ni más después. Acá. Ahora. Tú. Carcajada. Saber hacer.
Porque el niño es niño en la certeza absoluta de que lo que es.  El niño ríe en la carcajada franca como el sol despliega sus alas de luz cada mañana. Así el Kumquat nos refresca llevándonos a ese espacio donde nosotros mismos brillamos en plenitud y gozo absoluto.
El quinoto, gotitas llenas de emoción que susurran risas, planes, travesuras, susurran en tu estómago para deshacer los gases y volverlos mariposas llenas de emoción y posibilidades. Susurra en tu sangre buscando exceso de azúcar y dándole ese beso de abuela que todo lo endulza y así equilibrando en el flujo sanguíneo el exceso de caramelo. Susurra traviesa y alegremente al espíritu que perdió la facilidad de vida y con eso la alegría despreocupada del niño y te reconecta con esa magia del solo existir y ser feliz porque en la tienda de la esquina te regalaron un caramelo de más.
Y así entre susurro de risas y complicidades nos va llenando de amor y con eso reforzando nuestro sistema inmune y ayudándonos a soltar las penas que pesan y no nos corresponden y que se adhiere a los poros volviéndose grasa y kilos de más.  Nos abraza tan fuerte y con tanta ternura que nos sabemos únicos, cuidado, amados, contenidos y en esa contención dejamos de temblar, de vibrar más allá de nuestro ser y nos encausa para expandieron sin miedo y brillando por dentro y por fuera, como los rayos mismos del sol que este aceite contiene.

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