Lavanda

Ella, tan noble, tan linda, tan fresca, versátil, usada, querida y respetada.  Pues a mí la lavanda no me gustaba.

El aroma me empalagaba, la sentía un aceite engreído y presuntuoso que lo quería abarcar todo, llevarse el protagonismo; finalmente, como me decía mi madre, el que mucho abarca poco aprieta, ¿no?  Pues en este caso no. 

Los aceites esenciales, si los dejas, te despojan de orgullos y prejuicios.

Justamente, la lavanda, a la que yo era tan absolutamente alérgica, es parte esencial de mi mezcla diaria antialergias.  Es el antiinflamatorio natural para piquetes, dolores de garganta y dolores de emociones: poniéndote unas gotas de lavanda en el corazón serenas las emociones turbadas y con caricias en las plantas de los pies, haciendo hincapié en el dedo gordo te induce a un plácido y profundo sueño.

Ella, tan sencilla y poco presuntuosa pero que, aún así, todo lo hace.

Será porque desde la calma las emociones se acomodan y luego lo demás fluye.  Será porque tras un sueño reparador el corazón pierde agitación y nos despertamos más cómodos con nosotros mismos.  Será.

Ella, que se lleva tan bien con todos los aceites, que combina naturalmente, no golpea, entra suave, acariciando, sanando; salvo que seas de la opinión de mi marido que comer una galleta de lavanda es como comer un trozo de jabón, la lavanda se lleva tan bien con las emociones como con la cocina.  Una taza de agua caliente, abrazada con amor por las dos manos, con una gota de lavanda nos augura un sueño profundo, tranquilo, en el que vas entrando suave, como si fuera una marea de mar tibia en el que nos vamos sumergiendo.

Si sentimos que nos escuece el alma, o la piel, o el cuero cabelludo, o la picadura de algún bicho intrépido, la lavanda nos relajará.  Como siempre digo: la lavanda desinflama, desinflama tanto piquetes como emociones, la piel irritada, los dientes que salen, la furia del estomago.  La lavanda serena, nutre con paz, con respuestas creativas.  Por eso es buena para la tos, la tos que quema, que duele dentro y fuera; y es buena para las náuseas que nos agitan dentro, o para los síntomas pre menstruales, o para dolores de cabeza cuando los pensamientos no nos dejan en paz.

La lavanda es tan suave que hace las veces de la caricia materna ante el dolor de dientes del recién nacido, para los roces del pañal.

Ella, sencilla, amable, es como esa mejor amiga a la que admiras desde el banquillo, porque con franca sonrisa y sin intentarlo siempre todo lo hace bien y a veces te cuestionas cómo lo hace.  Así es con la lavanda.  Todo lo sana, lo calma, regenerando desde dentro para sacar un nuevo yo, desde el amor, la comprensión.

La lavanda, perfectamente, podría ser un personaje femenino de algún auto ruso: suave, delicada, casi tímida; que su poder radica en tanto en sus formas como en su fondo.  Universal, cálida.  Y que al final de la historia, con ese amor que parece casi débil, salva al protagonista.

Así la siento yo, ahí está, tan común, tan de todos los días, tan dada por sentada, que de repente, cuando el frasco llega a ese nivel en que las gotas ya no salen ágiles y felices, tu cuerpo, se pone en alerta, porque sin lavanda hay un hueco de calma y paz que no se puede llenar.

Ficha técnica de la lavanda

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