Melissa
La melissa. Ella. La melissa aristocrática. De textura ligera y de aroma delicadamente cítrico. Ella, cercana pero independiente. Intensa.
Para mí es claramente femenina. Tal vez sea por su potencia, por sus reflejos dulces y contundentes, tal vez sea porque mi primer contacto con ella fue como el mimo de tacto suave y gentil de las caricias de mi abuela, que se me antoja un aceite claramente femenino en su fondo.
Yo llegué a ella en la Convención.
De repente todos aplauden. Se ponen de pie. Acaban de decir que está disponible y a la venta para todos los que estamos allí. Siguen aplaudiendo, yo también aplaudo, aplaudo con el corazón contento. Hago fila, compro este frasquito de 5 ml que, si no me equivoco, es el aceite más caro de dōTERRA, al menos el más caro que está a la venta. Y lo guardo. No lo abro. Estoy de viaje y no quiero abrirlo. Pequeño tesoro guardado en la maleta. Mi compañera de viaje que en poco tiempo ya era amiga, me habla de sus bondades, lo miro en el libro de Aceites Esenciales: es analgésico, antiinflamatorio, antiespasmódico, ayuda como apoyo al sistema inmunológico, calma tensiones, es de gran ayuda con molestias estomacales y es bueno para los herpes labiales. Bueno, pienso yo en silencio y con miedo a sonar desagradecida, entre los diez aceites del kit básico tengo esto y más ¡casi por el mismo precio! Cuán lejos estaba yo de la verdad.
La melissa, en su gota perfecta y ligera, tiene la potencia y la gracia de la sopa casera que calma el corazón caído, del primer beso del bebé que despierta el más puro sentimiento y acaba con el agotamiento, del abrazo profundo del reencuentro que libera la tensión de haber estado separados.
Cinco gotas en un frasquito de 10 ml hicieron las veces de la calma para mi dolor físico y emocional después de un viaje intenso que me dejó con fiebre y en cama durante un día entero. La melissa, con su fragancia que al principio no llegaba a apreciar, mi iba sujetando el alma para que no se me escapara del cuerpo. La melissa, que siguió descansando al lado de mi cama, me protegió los labios, cuando de tanto sentimientos un fuego caliente apareció abruptamente. La melissa, en sus 100 gotas simétricas envuelve el espíritu. Será por eso que con suaves tonadas de limón despierta el alma y la eleva al camino de la luz, abrazándonos con sus rayos tibios pero directos.
Será porque nos libera la chispa interior para así ayudarnos a encendernos y así encontrar nuestra verdadero yo que la melissa se lleva de maravilla con el Incienso, para juntos, mostrarnos el camino más puro, utilizando los destellos luminosos de la propia luz interior de la esencia de la melissa para llevarnos a reencontrarnos con nuestro ser más luminoso.
La melissa, con su franca complejidad se abre a nosotros para allanar el camino y por medio de su luz, ver el mejor sendero.